febrero 2025 por Charo García Barrigón
Las pastoras tenemos entrelazado en el ADN la conciencia de las realidades que impone la naturaleza, buenas o malas. Una de ellas es la muerte. Somos muy conscientes de que nos acompaña en el día a día de nuestra existencia rural, pastoril y natural como una sombra irremediable y necesaria.
La muerte está a nuestro alrededor continuamente para que la vida siga, no hay escapatoria; algún ser vivo tiene que morir para que los demás sigan viviendo.
Las que nos dedicamos a esta hermosa profesión tenemos un profundo vínculo con nuestros animales; todo el mundo sabe que los cuidados, sean a quien sean, crean una especial relación entre cuidadora y tutelado, y no es distinto entre pastora y ganado.
A través del aprendizaje de la vida pastoril, una pastora se hace consciente de que la muerte acecha en la naturaleza continuamente y como cuidadora de rebaño en tierra de lobos siempre tiene una campanilla de alerta sonando suavemente en algún rincón de su mente. Ese hecho mantiene un nivel de estrés continuo en su vida. Pero cuando finalmente hay un ataque de lobo o cualquier otro depredador al ganado, el instinto de protección se multiplica y aparece la ansiedad; la campanilla se transforma en una enorme campana catedralicia con un sonido perturbador que agudiza los instintos y acelera el corazón. Sí los ataques son reiterados aparecen la impotencia, la amargura y la desesperación.
La sociedad quiere lobos, y las y los pastores en tierra de lobos lo sufren. Alguien debería plantearse la necesidad de ayudar psicológicamente a los gestores de la ganadería extensiva porque no es nada fácil llevar esa carga, no es fácil convivir con lobos y lo que eso implica.
En mis veinte años de pastora le he visto pocas veces, porque el lobo es muy astuto, esquivo y un excelente emboscador. A lo largo del tiempo han ido desapareciendo ovejas sin saber ni cómo ni cuándo, solo cuentas y faltan equis cabezas de ganado. O dices ¿donde está la Manchas, o la Pelos, o la Lucero…? Haces el recuento, y no están, vuelves a hacerlo por si acaso y han desaparecido sin dejar rastro. Esto hace que siempre estés con el estómago encogido.
Lo peor de mi vida de pastora con respecto a los depredadores vino en el ataque de lobo de 2017, con ocho días de ataques reiterados por una loba enseñando a sus hijos a cazar; el miedo te encoge el alma y empiezas a hiperventilar; no descansas, no duermes, no vives… hay que proteger como sea al ganado.
En estos ataques murieron doce ovejas y desaparecieron ocho. La Administración sólo pagó cuatro. El precio pagado apenas cubrió lo que valían las cuatro ovejas, nada del lucro cesante, y el resto, se quedaron sin pagar.
El siguiente ataque fue en octubre de 2023: sólo tres cadáveres aparecieron de las nueve en total; el o los lobos que habían atacado dejaron ovejas muertas desperdigadas entre el abundante matorral de la zona, una zona de bosque y sotobosque llena de bancales, fuertes laderas, pequeños valles, pocas praderas, donde se hace muy difícil la protección y tremendamente complicado la búsqueda de los animales desaparecidos. La Administración solo se hizo cargo está vez de las tres que encontré muertas. Pagó el lucro cesante y por lo tanto supuso un incremento en el valor de los animales muertos respecto del anterior ataque, pero nunca llegaron a cubrir las seis restantes de las que no hubo ni rastro y jamás llegarán a cubrir los trastornos laborales que implican convivir con el lobo, el trabajo a mayores; y sobre todo jamás podrá compensar la angustia, la desesperación y la pena.

Aúlla la loba su instinto
Del bosque y los prados la reina
Tan dulce como una madre
Como una depredadora tan fiera.
Aúlla su miedo la pastora
Bien sabe que la naturaleza es inmensa
Que por mucho que le incomode
Ella es una más en la Tierra.
Aúllan su conflicto las dos posturas
Dos campeonas de estrategias
Una lucha por su prole
Otra defiende su subsistencia.
Mi corazón está dividido
Las dos son hembras de mi tierra
No puedo inclinar mi balanza
Por mucho que sepa y entienda.
Y sufro
Y lucho
Y clamo por un acuerdo
En que ninguna de las dos pierda.

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